Una añorada intimidad de lo cotidiano
Entrevista a Jean-Gérard Sidaner
Ricardo Ariza
¿Qué es para ti la foto de desnudo?
Un momento de gozo, de alegría. Amo a las mujeres, todas,
de todas las edades, de todos los colores, de donde vengan, vestidas o
desvestidas. Disfruto retratarlas en su entorno natural, que se vean atrevidas
y seductoras, seguras de sí mismas.
¿Qué artistas te han influenciado?
Muchísimos, quería ser esponja, entender cómo se les
ocurrió tanta belleza e ingenio, tanta humanidad. Hurté a Nadar, Cameron,
Belloc, Kertész, Brandt, Penn, Newton, Clergue, Saudek, Sieff, Ava Vargas y
muchos otros, todos los que encontraba y seguramente hurtaré los que me falta
por encontrar.
¿Cuál es tu formación como fotógrafo?
Ninguna. Ni puedo decir que soy autodidacta, porque no
descubrí nada. Tuve la suerte de tener amigos que compartían su saber,
fotógrafos, cineastas, pintores, críticos. Hojeé muchos libros y revistas.
Escuché consejos.
También tienes un importante registro sobre temas de
hábitat, medio ambiente y ecología… ¿Podrías hablarnos de eso?
Por una afortunada desventura, me quedé sin dinero en
México en 1973 y busqué cómo resarcirme. Encontré trabajo como fotógrafo. Un
día, un amigo me pidió suplirlo para un encargo de fotos aéreas de viviendas
del Distrito Federal. Hace 40 años, el sector público no llamaba la atención a
casi ningún fotógrafo. Solamente algunos, por tradición familiar, cubrían los
actos públicos, eran los historiógrafos gráficos de la vida política. Descubrí
que el sector público podía ser muy interesante por la gran variedad de temas,
un terreno virgen con mucha libertad de expresión para retratar el impacto
social de la obra pública. Se volvió mi modus vivendi. Mi entusiasmo por México
creció, no ha disminuido, lo he recorrido de extremos a extremos, todavía me
falta mucho por conocer porque vive un proceso permanente de transformación.
¿Cómo describirías tu trabajo?
Soy un “voyeur” exultante. Disfruto con intensidad lo que
veo, la luz, los colores, las formas, los sentimientos que percibo, que sea un
paisaje, una obra del hombre, una mujer desnuda. Por extrema timidez, soy un
desastre en la expresión oral pública, no soy ocurrente. La foto es mi
verdadera voz.
¿Qué proyectos desarrollas actualmente?
Me inquieta mucho el retrato tomado a distancia, de
computadora a computadora, una forma de comunicación que jóvenes y no tan
jóvenes usan hoy en día. La modelo ve en su pantalla la foto que tomas y puede
interactuar contigo. Al mismo tiempo, la calidad técnica es muy aleatoria.
Quisiera hacer un mural con centenares de desnudos juntos, de mujeres de todas
partes del mundo para captar este revuelo festivo. Corran la voz, por favor.
¿Cómo describes lo que llamas “una añorada intimidad de
lo cotidiano”?
Cuando te enamoras, lo erótico es parte de cada momento,
es esencia de tu vida. No solamente en la cama, desayunas, te bañas, lavas
trastes, vas a la playa, juegas, estudias, ves televisión, desnudo o casi
desnudo. Vives en el Edén, el que dizque se perdió. No se perdió, pero vienen
los años y te tapas, te cobijas, desconfías, te avergüenzas, pierdes el apetito
del gozo erótico porque nunca miras a tu pareja, ni la ves siquiera, ni ella se
fija en ti. Añoro esta intimidad de los primeros momentos, este erotismo en
cada momento de tu día.
¿Cuál es la anécdota más significativa que guardas en tu
experiencia como fotógrafo de desnudo?
Al principio de los setenta, trabajé ocho meses como
asistente de Orson Welles. El equipo de trabajo era muy reducido, unos cinco
personas. Cada plano requería una muy larga preparación. Un día, cuando él
ajusta la iluminación de un supuesto taller de Picasso, la actriz que actuaba
en este momento el papel de una modelo desnuda pidió hacer una pausa. Llevaba
dos horas trepada sobre un banco. Como yo tenía un color de piel parecido y una
complexión más delgada que mis compañeros, Welles me ordenó desvestirme y
reemplazarla sobre el banco para no perder tiempo. Desde aquel día, tengo mucho
respeto para mis modelos. No fue tan cómodo posar “encuerado” –aun siendo todos
amigos– durante las dos largas horas más que fueron necesarias para afinar este
plano.
¿Qué le dirías a un joven fotógrafo de desnudos, a
alguien quien comienza su carrera?
Además del respeto que se debe a las modelos, Welles me
enseñó la importancia de la autocrítica. Uno mismo debe ser el juez más
intransigente de su trabajo. Nada de complacencia, nada de presumir sus fallas,
sus flaquezas. Es una cuestión de pudor. Después de una primera selección, las
fotos malas deben ser destruidas. Es primordial escuchar las críticas con
atención. Una crítica negativa es la señal que no lograste comunicar tu mensaje
con todos. No significa renunciar a tus metas, sino trabajar más, mucho más. En
el desnudo, lo “porno” no es el tema de por sí, sino que es una falla en la
habilidad del fotógrafo. Todo, absolutamente todo, puede dar pie a una buena
foto.
Jean-Gérard Sidaner
Residente en México desde 1973, participó para el sector
público en la ilustración de cuarenta y cinco publicaciones sobre temas de
hábitat, de medio ambiente y de ecología, de los cuales en treinta y tres de
ellos como único fotógrafo invitado.
Paralelamente, fue encargado de investigaciones
iconográficas en numerosos museos de Europa y América para obras históricas
sobre México.
La foto de desnudo, lo que en un principio fue un simple
hobby, se convirtió en la búsqueda de una añorada intimidad de lo cotidiano.
Exposiciones individuales:
1989, Ciudad de México; 1990, Acapulco; 1992, Nueva York,
Toronto, San Antonio; 1993, Nueva York; 1994, Bruselas; 2004, Pachuca; 2007,
Clermont-Ferrand; 2008, Martel, Brive-la-Gaillarde.
Exposiciones colectivas:
2006, Pachuca; 2007, Ciudad de México; 2008, Miami,
Montreal, Berlín; 2012 México.
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