domingo, 14 de abril de 2013

CAMINANTE (Primera entrega).








HABLAMOS DEL SILENCIO

Florentino Fuentes
Nueva Delhi, India


para Pépe


Hablaba del camino, los conozco casi todos: en el viento, en el agua, en la tierra, en el sueño. Hablaba del silencio, lo conozco también. Desde ese trémulo palpitar en tus oídos en las calles de Delhi hasta el obligado, el impuesto, en los salares de Uyuni. He repetido tantas veces la misma frase.

Habla del fuego y háblame de la muerte, habla de la partida, habla del que siempre huye, habla de la mocedad eterna, háblame del verbo, habla del lenguaje, habla, habla. Habla del canto que irrumpe el frágil zumbar en sus entrañas. Háblame de la lenta locura y de la paciencia de quien espera en una estación sabiendo que nada llegará, sabiendo que nadie llegará. Háblame del grito y de la ciencia, habla del ser y de la llanura en el vacío, háblame de lo insaciable en tu lengua al ingerir  un pan, háblame del sarcoma y del cáncer que es tu compañero seguro, de la búsqueda y del desencuentro, háblame de estar parado en un muelle aguardando la primera luz; de la lluvia que se avecinaba; y de la última vez que corriste desnudo por una calle a media noche. Hablemos de la oscuridad y de las antípodas. Háblame de cartografía: de mapas en donde te ubicabas huérfano, de la India y de su miseria que también es la propia. Habla de la otra orilla, en donde el amor es posible. Háblame del espejismo y de recorrer un camino durante una noche iluminada por el abrumador brillo de la nieve. Háblame de las nubes vestidas y de habitar dentro de ellas, háblame de cúmulos y nimbos, y de los terremotos que desencadena la luna inquieta. Háblame de la alteridad y de tu ser que diariamente se multiplica en diez mil para aterrar una estación de metro en alguna capital de un planeta en agonía. Háblame de la bruma en el barco antes del despertar, cuando la hora se alarga y el tiempo no tiene control de sí. Habla de abundar veredas tapizadas con tornillos que explotan al pisarlos. Háblame de la lepra y de mutilados en las calles de Calcuta; habla de la harina  y de quien siempre extiende la mano con el vaso vacío; háblame de la mosca que ha creado ya un imperio en sus fosas nasales. Háblame del fin del mundo y de la melancolía cuando tienes un bolsillo desbordado con monedas de oro. Háblame de la soledad y de la fruta podrida que nadie deseó. Habla de la naturaleza de los gusanos que habitan reinos subterráneos. Háblame de la ternura de un intercambio de miradas cuando te subes a un tren con destino incierto. Háblame de traducir un texto a una lengua muerta que nadie conoció. Habla de la carta indescifrable con la que recorrías los bares de Munich y de todos los hombres que la interpretaron concluyendo que tampoco entendían su significado después de haber saciado su lujuria sobre tu única pertenencia terrena, sobre tu única pertenencia. Háblame del árbol que se está secando a la orilla del lago bañado con agentes tóxicos y de las puntas de sus ramas que todavía asoman formas de vida. Habla de la abeja que está construyendo un panal sobre la cortina rasgada de la ventana y de su diario ir y venir; háblame de su ausencia y de cómo imaginas su vuelo a través del caos diario en una urbe donde las flores son sinónimo de utopía. Habla de las luciérnagas y de la luz que intentabas arrebatarles. Háblame del soldado herido y de la sangre que le succionaste, habla de su aroma. Habla del odio. Háblame de levantar un madero en el mar y tallarlo y darle vida y dormir a su lado. Habla del glande rebosando de tinta y de la traición de la escritura muda; habla de la escritora suicida y de la parvada  de pájaros con rabia que volaban en círculos sobre su tumba en Buenos Aires. Háblame de las piedras en tu boca que desencadenaron ciclos de ansiedad en Alexanderplatz, cuando observabas estrellas fugaces y aún creías en el pecado original. Háblame de tus tótems; del cristo colgado en la pared de la habitación de tu padre mientras te penetraba. Háblame de la carretera que en el horizonte y la distancia dibujaba una sonrisa perfecta. Háblame de la sombra de tu sombra. Habla a la hora del desenlace. Hablemos los secretos que esconden las pupilas incrustadas en tu nuca. Hablemos en la felicidad del encierro en una torre abandonada. Hablemos de Dickinson, de Rimbaud, de Hölderlin. Hablemos el origen, hablemos el destino. Hablaba.














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